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MI EXPERIENCIA EN LOS PICOS DE EUROPA (TOTALMENTE RECOMENDABLE).
Fue ya hace unos años, pero nos marcó de tal forma que no podía dejar de mostrar los milagros de la naturaleza en los Picos de Europa en el blog. Localizados en el norte peninsular, esta maravilla paisajística pertenece a la parte central de la cordillera Cantábrica (os dejo la ubicación en la entrada, como siempre chicos) . Los paisajes que vimos mis amigos y yo en esas montañas no tienen nada que envidiar a los que luego descubrimos en los fiordos noruegos: montañas cortadas con nieve en sus cumbres, campos de un verde perfecto, ríos que bajan enfurecidos con el deshielo… Ha sido un viaje que jamás olvidaré.
Despertar por la mañana con la vista de las montañas desde la habitación es algo que, a los que vivimos en una ciudad –acostumbrados a oír cada mañana el ruido del tráfico, sirenas, atascos…–, nos sorprende y nos llena de energía para todo el día. Eso es lo que vimos ese fin de semana desde La Casona de Baró, una casa rural en el pueblo cántabro de Baró.
De las tres partes que forman los Picos de Europa: Macizo del Cornión u Occidental; Macizo de los Urrieleso Central; y Macizo de Ándara u Oriental, fue el Central el que visitamos. Es el que se veía desde Baró, en el que se encuentra el teleférico de Fuente Dé y del que forma parte el Naranjo de Bulnes.
En nuestro primer día teníamos decidido
montar en el teleférico de Fuente Dé, también en Cantabria, y tal vez continuar camino desde El Cable por alguna de las muchas rutas de senderismo que allí comienzan. La mala suerte nos impidió recorrer los más de 1.600 metros que
unen Fuente Dé con El Cable, salvando los 753 metros de desnivel, desde 1966. Un viaje no apto para personas con vértigo. Llegamos justo cuando acababan de cambiar las cabinas y estaban haciendo pruebas sin pasajeros. No es que nos llamara la atención formar parte de las pruebas… pero llegar hasta allí para ver cómo nos quedábamos en tierra nos fastidió mucho.
El domingo, para disfrutar aún más de la naturaleza montañera, nos adentramos un poco en Asturias a hacer la subida a Bulnes, un entrenamiento perfecto. Sólo la subida, porque la bajada la hicimos en el funicular (un tipo especial de ferrocarril utilizado para salvar grandes pendientes), que se hacía tarde. En el bar en el que comimos un bocadillo de cabrales al llegar –con una botella de litro y medio de agua para bajarlo– nos contaron que todas las cámaras frigoríficas, la barra y la cocina las habían subido con caballos y burros. Después de haber hecho el camino, una hora y media con 400 metros de desnivel, no pudimos evitar sentir cierta lástima y admiración por esos animales.
